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Verano de 1991, un verano muy caluroso, y unas vacaciones muy tranquilas, o eso pensaba nuestro querido amigo.
Una tarde cualquiera de Julio, nuestro protagonista había quedado con unos amigos para ir a los recreativos que había justo debajo de su casa. Llevaba todo el mes guardando parte de su paga, recordemos que una cantidad la tenía reservada para esa revista tan grande de la que ya hemos hablado, para poder disfrutar al máximo de sus arcades favoritos. No había pasado por allí desde el principio de las vacaciones estivales, y estaba deseoso de hacerlo para ver qué novedades se iba a encontrar.
Llegó la hora en la que sus amigos pasaban a recogerle, sonó el timbre del “telefonillo” con una puntualidad británica, contestó con un escueto “¡Ya voy!” y bajó hacia el portal los dichosos tres pisos de costumbre. Allí estaban sus colegas, caras sudadas, sonrientes, y con ganas de gastar sus monedas de cinco duros en una tarde que, aunque ellos no lo sabían, no iban a olvidar.
Entraron en el salón recreativo, cientos de sonidos y musiquillas se entremezclaban en el ambiente, y de fondo, las voces de los niños y adolescentes que pasaban las horas allí metidos. Empezaron a buscar novedades, y de pronto, vieron al fondo un montón de gente arremolinados en torno a una máquina. Había tantos, que no se podía ver desde la distancia que clase de juego atraía las miradas de tan nutrido grupo.
Se acercaron rápidamente, y entre todo el escándalo que había alrededor, oyeron unas voces que procedían de la nueva máquina. Un “Hadoken” por aquí, un “soruyken” por allá, un “yoga flame” extraño, ¿qué es eso? se preguntaron. Y entonces, por un huequecito que había, asomando la cabeza, nuestro amigo lo vió. Un luchador vestido con un kimono blanco, moreno, y una cinta roja en el pelo lanzando bolas de energía con sus manos, dando patadas, puñetazos, pero muy diversos, no era nada que había podido ver hasta ahora, ni siquiera en su querido “Yie ar kung fu”. Y en el lado contrario, enfrentándose al luchador de la cinta roja, una especie de faquir, también lanzando bolas de fuego y estirando sus extremidades como si fuera “Mister fantástico” para golpear a su adversario.
Su rostro esbozó la enorme sonrisa que todos conocemos, empezó a jugar nerviosamente con las monedas que guardaba en su bolsillo, ¡quería probar esa máquina, y quería hacerlo ya! En pocos minutos el jugador que ocupaba el arcade acabó su partida. Los mirones se apartaron, ninguno tenía dinero para jugar, y dejaron espacio para que ocupara el lugar que había quedado libre el siguiente. Y allí se dirigió nuestro amigo. Cogió firmemente el mando, introdujo la moneda por la ranura y pulsó el botón de “1 jugador”.
Y sí, amigos lectores, esa máquina era el fabuloso “Street Fighter 2”, el arcade que revolucionó el género de la lucha, el que cambió la forma de jugar a este tipo de arcades, el que hizo que nuestro amigo siguiera siendo lo que le gustaba ser… un JUGÓN.”
30 END
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Siempre he imaginado que las puertecitas de debajo de la máquina en realidad son un portal dentro del juego que solo se puede acceder activando un mecanismo. Que buena es la imaginación ;P